Miren bien esta foto. En una ocasión coloqué la cámara sobre una copa grande de champán apuntando hacia el interior de la misma, puse el temporizador, se disparó la foto y seguidamente se coló la cámara dentro de la copa, mojándose y en consecuencia estropeándose. Pude salvar aquella fatídica foto, que si bien no es bonita en su piel, contiene un interior hermoso y revelador, a saber: «hubo un tiempo en que me divertía haciendo fotos»
Mucho ha pasado desde esta instantánea, cuando para mi la fotografía no era mas que un proyecto de hobbie. Tiempo después, ya durante mis primeros años como fotógrafo profesional, con cámaras más serias, comenzó la terrible transformación. Todo se volvió demasiado rígido, estudiado y ordenado. El haberme profesionalizado me volvió más «adulto» y se cargó al niño juguetón e imaginativo que deliraba con su amada cámara compacta. De repente me autoimpuse normas, permití entrar en mi corazón al guardia de seguridad que vigila que todo esté en orden. Simplemente había dejado de divertirme, había dejado de jugar.
Un día encontré por casualidad unos podcasts titulados algo así como «fotografía artística de bodas». Sin más me vi escuchando a unos tipos entusiasmados con su trabajo. Parecían chiquillos debatiendo quién lanzaba la peonza más alto. Conocí el trabajo de Fran Russo y me enamoró la esencia de sus ideas, en ese instante algo hizo clic y recordé porque me hice fotógrafo. Añoré a ese chaval que colaba cámaras de fotos en copas de champán solo por conseguir una foto diferente. Expulsé definitivamente al guardia de seguridad de mi corazón y recordé divertirme haciendo fotos. Hoy ya no me impongo normas, no pretendo gustar a todo el mundo, solo hago lo que me pide alma, creo que es la mejor manera de dar lo mejor de uno mismo. Ojalá guste, eso sería fantástico, pero si no es así al menos ese niño juguetón habrá hecho de su profesión un eterno recreo.
Diviértanse siempre.
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