Aun recuerdo cuando hace unos años las fotos y el video de Bodas se contrataban en el mismo sitio. De hecho lo normal era acudir a un fotógrafo que te ofrecía packs fotos+video. Era como el añadido a nuestro reportaje de fotos, algo de poco valor y prestigio. En parte la culpa era del sector que lejos de ofrecer trabajos cuidados y con gusto ofrecía vídeos de mala calidad, largos, con cortinillas y efectos sin ningún tipo de criterio. El sector se defendía diciendo que para lo que cobran por el video no se puede ofrecer más, bien, es cierto, pero tampoco parecía existir una voluntad de cambio puesto que el cliente solía conformarse con un producto que se sobreentendía de mala calidad, un rollo, un tostón. Ojo, aun así era obligatorio que alguien estuviera filmando el día de tu boda, daba igual como, pero que alguien lo grabara todo. No nos debe de extrañar pues que quien iba a contratar su reportaje de bodas quisiera pagar poco por el video. Un día todo esto cambió.
Primero fueron los clientes quienes exigían vídeos originales, cosas distintas. El sector arrastrado casi por la inercia de haber estado trabajando siempre de la misma manera se encontró experimentando cosas que en muchas ocasiones rozaban el ridículo. En parte la culpa era de la escasa preparación de aquellos que se hacían llamar «Los del video de Bodas«. Llegó un punto en que se prefería no contratar el video o que fuera algún familiar con ciertos dotes quien se encargara de hacerlo.
De repente aparecieron las DSLR, que son las cámara reflex que todos los fotógrafos profesionales han usado desde que existe el digital y que ahora, gracias a la grabación de video en HD y a un look cinematográfico, usan también los videografos. Y sí, he dicho videografos, pues es el momento de diferenciar entre el fotógrafo profesional y el videógrafo profesional.
Vivimos ahora la época de este nuevo término, que si bien ha existido desde siempre aplicado al mundo del cine, ahora se asocia también al que graba y edita una boda cualquiera. Es sin duda un síntoma de dos cosas: primero, la profesionalización de una actividad condenada a vivir siempre a la sombra del fotógrafo y que ahora reclama su sitio en igualdad de condiciones y segundo, el valor, la importancia y el orgullo que supone hacer un buen reportaje de bodas. De hecho ya no se habla de video de bodas, se habla de cinematografía de bodas. Los vídeos han adquirido una nueva dimensión, son concisos, elegantes, emotivos. Hoy por hoy ya no cabe un video como los de antes, para salir de paso, ahora el que elija tener video de bodas deberá conocer a los diferentes videografos, ver sus estilos, lo que ofrecen y cómo. El precio ha subido, pero también la calidad. Actualmente se buscan por separado al fotógrafo y al videógrafo, y aunque lo ideal es que se conozcan entre ellos y se entiendan, muchas veces no ocurre y no pasa nada. Si preguntas a un fotógrafo seguramente te recomiende a alguien por afinidad de estilos o simple empatía en el terreno. Lo mismo ocurre si al que preguntas primero es la videógrafo.
Vivimos un momento difícil fotógrafos y videógrafos, nos enfrentamos a lo fácil que le resulta hoy a todo el mundo comprarse una réflex y hacer fotos o grabar. Es por ello que debemos diferenciarnos. Nuestro resultado debe ser evidentemente profesional, mejor que el de cualquier aficionado. Después de superar ese escollo debemos ser mejores que los otros profesionales, dentro de una sana competencia, pues eso se traducirá en calidad, productos cuidados, fotógrafos y videografos entregados al 100%. Ya no valen los semiprofesionales, no valen las mediocridades, solo los más preparados pueden vivir de esto. Es nuestro momento, es nuestra edad de oro.
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